Conocí un hombre que lleva el estandarte de la vieja guardia. Viejo ya, cuyas proezas en el campo de batalla son en su mayoría olvidadas. Pero a él no le importa.  Su cara ya se encuentra curtida por años y años de experiencia. Pero sus viejos pies no son débiles. Sus piernas se doblegan, sí, únicamente por el peso de la gloria que carga consigo. Sus ojos ya no ven como antes, solo distingue bultos y figuras opacas. Pero él no necesita ver muy lejos porque él no necesita detalles. Él reconoce el espíritu de  los pequeños que se le acercan.

Como buen guerrero, él conoce las mil y una artimañas. Él sabe los pasos para alcanzar la gloria y la técnica para doblegar a sus oponentes. Él ya viajó a través del mar y demostró su valía en tierras foráneas. Él ya intercambió su estandarte con el mejor guerrero que jamás ha existido. Él ha pasado a la historia, y sin embargo, continúa enseñando.

Si uno lo viera hoy en día, probablemente se reiría, de que aquél viejesillo demostró ser como el mismo Diómedes. Pero él sigue enseñando. Y no solo enseña las mil y una artimañas para vencer en las justas. No solo transmite los ideales, que con el tiempo y con el dinero se han ido olvidando. No solo enseña a luchar, hasta el final, hasta encontrar la perfección. No solo, religiosamente, atiende a los campos a realizar lo mismo que ha hecho los últimos años. No solo te acerca a la esencia del juego. No solo te enseña a valerte por ti mismo. No solo demuestra, día con día, que más sabe el diablo por viejo. Él enseña.

Y es que quizá olvidé como colocar mis piernas, o quizá olvidé la fuerza, o quizá olvidé mi punto de apoyo. Pero nunca, nunca, olvidaré lo que este viejesillo, héroe de muchas batallas, realmente me enseñó. Nunca olvidaré que ante todo, está la honestidad y la gallardía. Ante todo, la responsabilidad y el respeto. La caballerosidad, y las agallas. El conquistador de la Selva me enseñó los secretos del futbol. Y no me refiero a la técnica depurada, que tanto me hizo entrenar, sino al espíritu del juego. El trabajo y la devoción. Que el futbol no es religión, ni fanatismo. El  futbol es un arte sin mecenas. Es una vía a la gloria, sí, pero mucho mayor, la enseñanza de la vida misma que nos deja. No es la rutina, sino el trabajo. No son los raspones, sino las cicatrices. No son las artimañas, sino la sagacidad.

Gracias Güero, que viva el futbol.